14.6.12

Relatos de La Gran Tenochtitlán


Él sábado Raúl y yo decidimos ir a cotorrear al centro. Sin ningún rumbo ni motivo, sólo a caminar, a sentir a la gente, a ver. Cruzamos el eje central, nos reímos de algún recuerdo, nos tomamos de la mano para no perdernos, nos preguntamos si teníamos sed, hambre o ganas de ir al baño. Teníamos calor, pero decidimos seguir andando. Pasamos de frente a la catedral y fuimos a ver Templo Mayor. Observamos a los danzantes y fuimos a ver si había algunos lentes obscuros de 25 pesos que nos gustaran. Decidimos volver, cruzar la plancha del zócalo rumbo a reforma. Ahí una chica se me acercó y me dijo “oye ¿eres rasta?”, “no”, “ves mamá no es rasta”, “pero igual dile”, “¿te puedo tomar una foto”. Raúl se hizo a un lado y se tapó con la mano la boca, la carcajada. Creo que me sonrojé, pero todo fue muy rápido. La mamá sacó el celular y de pronto yo tenía a una chica de cada lado posando. Posamos mientras otros dos chicos se acercaron apuntando sus celulares hacia mi. Yo veía a Raúl detrás de ellos y pensaba “¿qué es esto?”, “¿qué está pasando?”. No entendí nada. Claro que los dos chicos se pusieron a mi lado y posamos, de nuevo. “Gracias. Muchas gracias”. Caminamos a reforma, nos reímos y pensamos, pero no comentamos lo sucedido. Para Raúl tiene todo el sentido del mundo que la gente se detenga en la calle a verme con ganas de hablar conmigo.

Hoy, después de un desayuno con Brisa, quien siempre me alimenta con historias, chistes y pláticas profundas sobre la vida y nuestros caminos, decidí caminar del centro a casa de mi madre. En la calle Gandhi, casi esquina con Reforma, uno de los chicos que estaba lavando los carros estacionados entre los camiones que traen a los turistas al Museo de Antropología y al Castillo de Chapultepec, me detiene con señas para que me quite los audífonos. Me los quito. “Oye ¿haces dreadlocks?” Desde ahí me di cuenta que él no era un franelero cualquiera, pues no dijo ‘rastas’. Le dije “No, yo me los hago a mi pero no los hago”, “es que están muy bonitos y yo toco con una banda de reggae y me encantaría trenzar mi cabello, ¿te puedo dar mi mail?”. “Sí”, le dije “así te pongo en contacto con quien te puede hacer el cabello”. Él sonrío y continuo “es que soy pintor, sí lavo aquí los coches, pero soy pintor y hoy justo se inaugura mi exposición, si quieres ir va a ser en el dada-x de avenida cuahutémoc. Voy a ir de traje, pero me voy a dejar la barba para que me reconozcan”. Sé que sonreí ante todo lo que estaba pasando mientras apuntaba su mail. Se limpió la mano en su franela y me la ofreció “me llamo Yogi”, “me llamo Lola”, me apretó y me dijo “sí, es que la neta tienes una luz bien grande, eres... un ser de luz, ojalá puedas venir hoy en la noche”. ¿Qué le contestas a alguien en la calle que te dice eso, alguien que, además, no te hizo la más mínima insinuación sexual ni el más sutil coqueteo cotidiano de los hombres en la ciudad?.

Lola contestó “va, gracias, carnal!” y seguí mi camino a casa de mi madre. He de decir que se me salieron unas lágrimas y que la sonrisa, esa que lo hizo ver mi luz y mi amor, sigue bien pintada en mi carita.

Por eso yo nunca hablé mal de los franeleros, ellos también son humanos.