Me suicidé una vez.
Caía y estaba en una silla con los brazos estirados sobre una mesa, invisible.
Hubo sangre y viento;
moretones en el cuello y quejidos felices del interno habitante muerto.
Estaba la ausencia y la sonrisa.
Había destapa caños y botecitos abiertos.
Eso sí, no había espejos ni silencio.
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